martes, 13 de octubre de 2015

El club de los 27

De pronto te despiertas una mañana y te ves con 27 años recién cumplidos, sin trabajo, solo, soltero y solitario, no sabes tocar ningún instrumento y tienes una resaca digna de Amy Winehouse.

Y todo es una puta mierda.

27 añazos y no tienes una banda de rock. No eres famoso. Las groupies no te acosan y no te cansas de tropezar una y otra vez con el mismo socavón.

No entiendes nada que lo dicen, no quieres entender nada de lo que te cuentan. No quieres aprender nada de lo que te intentan enseñar. Que ya tienes una edad para saber que las cosas no funcionan como hasta ahora, pero que lo fácil es aburrido.



Y por aquí, que siempre hemos sido muy de pensar con las tripas más que con la cabeza, apagamos el fuego con cerillas y no le tenemos miedo a nada, pues seguimos a nuestra propia guerra. Por que lo que realmente se necesita muchas veces es un acto de fe. Lo de fiarse viene después. Ya no se pone el no me atrevo al servicio del quiero

El tañido de las puertas que se cierran va marcando las horas que has dejado pasar y de las que han dejado pasar. Da igual lo mucho que escribas pensando que volverá, y que si no lo hace debería. 

Ahora te ves solo en el mundo, todo sigue igual pero a la vez es distinto. Los sitios de antes ya no te divierten, la gente de antes ya no entretiene. La que no folle, que no moleste - clamas al cielo inútilmente. Las cosas cambian, la ciudad cambia, la gente cambia, la cerveza sube de precio y el patxarán sigue siendo sublime.

Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti.
Friedrich Wilhelm Nietzsche

Pero mejor entrar al club de los 27 por la puerta grande, como hasta ahora, mejor arder que apagarse lentamente. Te lo decía Neil, te lo decía Kurt y ahora te lo digo yo. Ya no hay tiempo para andar con chiquillerías, que al final si te pasas la vida jugando a ser una teen rabiosa luego no hay quién te aguante y, menos en octubre, que es muy pereza.


Basta de intentar convertir los huevos fritos en caviar. No todo es posible siempre que se quiere y madurar a veces es darse cuenta de que no maduras ni a la de tres. Madurar a veces es ver que los libros que están aparcados cogiendo polvo no han dejado de ser buenos libros y que a no tiene nada malo volver a ellos a veces. Han sido grandes compañeros. A veces madurar saber que te toca ser un niño en otro sitio.

Que madurar es una elección. Y es imposible ser maduro si al comer te manchas hasta las orejas y sigues haciendo el tonto en la mesa. Que si maduras pronto te pudres temprano.

Que si maduras ya no puedes decir adiós con un buen cisco de despedida. Con lo bonito que es dejarle tu nombre al círculo que Dante se dejó por nombrar. Lo que realmente quieres es despedirte. Dar el último adiós como dios manda, que el crisol que tienes dentro de las costillas despida todo el calor que te faltó aquella vez.

Ya sabemos todos que eso de irse en silencio y sin hacer ruido es de blando. Si cortas las cosas contento al final es una mierda, no tienes el sentimiento que hace falta para pasar página. Y no das el sentimiento necesario para que te pasen la página. Una última acción, de las demoledoras, de las que se comentan durante días, que todo el mundo sepa que estás como un cencerro. De las que granjean odios. Que estás perdido. Que se te va de las manos. Pero con orgullo, que es lo único que no abandona.





No has acabado como Dios manda si al darte la vuelta para no volver no se te queda la cara de Marty Mcfly. Alucinando de lo que has hecho pasar. Todos descolocados, el reguero de llamas de tus palabras quemando rueda y la sensación de que tienes una nueva historia para contar. Una historia de esas que se cuentan en los bares. Con un cigarro y una copa.

No pasa nada por irse en llamas. Dejarás cenizas a tu paso y, todos sabemos qué pasa con las cenizas... un día tuvieron fuego, sirven para hacer jabón y limpiarse y abrillantan la plata. Todo ventajas.

Pero da igual. Nada cambia si nada cambia. Sigues teniendo 27 putos años, sigues single, con resaca, aún no tienes banda y sabes que no vas a poder destrozar habitaciones de hoteles mientras que lo más cercano a un batería con sobredosis es tu amigo el mamao que está roncando como un jabalí.



En fin, para tener madera hay que clavarse astillas. Y la madera arde muy bien.

Al menos ya tengo trabajo y ha vuelto el balonmano. Crisis superada. Ya puedo volver a beber tranquilo.

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