lunes, 29 de junio de 2015

Qué bonito fue mientras que no fue feo

Aprovechando que la temporada ha terminado, que hasta septiembre no se vuelve a entrenar y que las pretemporadas se me hacen tremendamente eternas y tediosas, me he enfundado un pantalón corto, mi camiseta de los Bulls y mis viejas zapatillas.

A correr, con dos pelotos.

En efecto, no hay nada más aburrido que correr así por que si. Todavía si es para darle un galletón a uno, pillar el bus, que no te metan gol o para apurar la barra libre... Pero correr por correr...


Y mientras estaba yo zapateando, como es un coñazo inmundo, pues los pensamientos empezaron a fluir. Cosas que haces, cosas que dices, cosas que suceden, cosas que se van, cosas que despides. Y como sigue siendo un soberano tostón, pues desde las despedidas retrocedes en tu mente hasta las cosas que haces. Pasando por la razón que te llevó a ello.

Habéis crecido juntos, madurado juntos, reído y casi hasta llorado. Triunfos amargos y derrotas dulces. Pero juntos. Haberlo hecho tu solo hubiera sido ir descalzo, hubieras hecho lo mismo, pero todo hubiera sido tremendamente más arduo y seguro que te hubiera granjeado unas ampollas maravillosas.

A veces las despedidas son necesarias, sobre todo cuando empieza a doler. No gustan nunca, pero son por el bien común y, han de acabar apareciendo para decir sus últimas palabras. Casi siempre en silencio.



Recuerdas perfectamente la primera vez que se cruzaron las miradas. No eras más que un pobre teen con poco más de 19 primaveras que no sabía ni hacia dónde giraba el mundo, ni mucho menos hacia dónde iban las relaciones de cualquier tipo con cualquier cosa. Ni mucho menos que fueran a acabar. La juventud, divino tesoro que más de uno ha desperdiciado y, que nos quiten lo bailao.

Y hasta ahora juntos. Hasta el momento de la despedida.

Cara, como todas. Y pensabas que todo iban a ser días de vino y rosas. Tantos trayectos juntos, tantos kilómetros pateados pie a pie, paso a paso. Goles que metíais juntos y goles que te metían solo a ti. Y risas, muchas risas.

Excepcional, como ninguna. Viajes por gran parte de España e incluso el extranjero. Por aquellos años no era todo tan exclusivo. Quedaba bien con todo. Caía bien a todos. En cualquier pista, cuando creías que estabas solo y que nadie te miraba, bajabas la vista y ahí. Ahí, pasito a pasito. Sin prisa pero sin pausa.

Belleza, como pocas. Noches de copas improvisadas que sorpresivamente llegaban por sorpresa y, caídas. Muchas caídas. Te viste obligado a arrastrar las rodillas por el asfalto y el parqué en más de una ocasión. Y de dos. Pero como dijo aquél, sarna con gusto no pica.




Pero si pica. Joder si pica. Pero aquí el chache que es de esa generación que aún se encontró columpios de metal sobre la fría y dura arena y tiene algún que otro golpe en la azotea...pues siempre he aguantado bastante bien el dolor. Y el picante. Y unos días con guindillas y otros con banderillas, como a los toretes.

Entre tanto llegaron otras, todas llenas de cosas buenas. pudiste quedarte con todas ellas sin problemas, pero de vez en cuando la nostalgia tomaba las riendas. Las visitas al pasado mandaban y dabas otra oportunidad, por los viejos tiempos. Aunque cada vez todo estuviese más deteriorado, ya no quedara suela que arrastrar y solo de pensarlo ya dolieran los pies.

Desde el primero momento supiste que tras los días buenos, llegarían los de vinagre y espinas, pero ya llegarían. En otro momento. Más adelante. Que se ocupe el Mikel del futuro y que se esfuerce él intentando sobrevivir a aquel presente.

Cuando lleguemos a ese río, hablaremos de ese puente.
Julio César.

Y después lo cruzaremos. Todo chino chano, siempre atado bien fuerte y con un poco de espacio para que los tobillos no flojeen.




No fueron unos comienzos fáciles, igual que no lo es el final. Al principio fuera de mi alcance, pero con esfuerzo, un poco de ayuda y constancia todo fue rodado. El hombre adecuado en el momento adecuado. Y en el momento adecuado.

A casa de la mano deseando que todo el mundo os viera juntos. Henchido de gloria. Caminando y corriendo juntos todo era mejor.

Pero tras tanto tiempo, los años no perdonan. El roce, que al principio hizo el cariño, acabó haciendo la indiferencia. No era sano para nadie, los agujeros ya no se pueden seguir obviando

Han sido casi 8 maravillosos años desde aquella vez que a golpe de tarjeta te hiciste con ellas, muchos kilómetros corridos, muchos partidos jugados, muchas pistas pateadas y algún que otro gol. Muchísimas exclusiones y demasiados terceros tiempos. Ha llegado el momento de la despedida.



Adiós mis queridísimas Stabil 5. Las mejores. Siempre.

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