lunes, 26 de enero de 2015

Pero es que no me entiendes

La única manera de librarse de la tentación es sucumbir ante ella.
Óscar Wilde.

Fría y tranquila noche de sábado. Cerveza, oreja a la plancha y migas. Algo ligerito. Para dormir bien. Y cómo no, ¿dónde acaba una conversación de dos amigos que están bebiendo y comiendo bien? En mujeres, como no podía ser de otro modo.


Él, un tipo tranquilo al que no le gustan los sobresaltos, ni las perturbaciones, ni los cabos sueltos. Yo, un tipo tranquilo, amante de la intranquilidad, buscando siempre la chispa que encienda el fuego. La alegría de vivir.

Se podría decir que los problemas molan. La vida tranquila es aburrida e insustancial. La vida se basa en tomar decisiones. Siempre decisiones. Continuamente decisiones. Los hay que sienten aversión al riesgo y los hay que aman el riesgo. A fin de cuentas la vida es un juego. Hemos venido a jugar. El amor por el picante, la comida salada, los sabores fuertes y la certeza de que si te busca, acudirás a la llamada.

Y por eso, aunque mi amigo repudie a las perturbadas, cuestione mi modus operandi y asegure que tengo que curarme... Me encantan las perturbadas. Y sus perturbaciones. No se puede evitar. Siempre he tenido cierto magnetismo hacia las desequilibradas y siempre me han magnetizado. Cosas de la vida.



Las que te hacen sentir mal aunque tengas toda la razón del mundo y la única víctima, para variar, sea ella y que el único perdedor, para variar, seas tú. Las que no quieren estar solas y en su huída de la soledad quieren que acabes tan chalado como ellas. Un pulso eterno y constante para ver quién acaba peor.

El arte de la guerra bien claro dice que solo hay que ir a la batalla si vas a ganar, pero la emoción de la vida es la guerra por la guerra. Por ver qué ocurrirá.

Las que igual te piden un café a las 8 de la mañana que un abrazo a las 5 de la madrugada y, como siempre que tocan tu canción favorita, bailas al son. Pero solo como amigos. Claro.

Ni contigo ni sin ti. No regalan placer así como así. No dan a nadie la satisfacción de triunfar sin dolor. Son como Dorian Gray, belleza inigualable, puro encanto. Pero el cuadro de su alma está ennegrecido como un deshollinador victoriano.

Esas cosas que, como la oreja, la morcilla, trasnochar, la última y a casa, y pensar, sabes que no irán bien para la salud. Esas cosas a las que es imposible no engancharse. Porque en el fondo sabes que son como chimpancés. Sedientas de sexo y no sueltan una rama sin tener otra bien cogida.



Y en efecto a algunas las tienes como amigas (ERROR), porque son tus amigas y solo las ves como amigas. Esas antes de que hablaran ya sabías que eran unas perturbadas. Que sin comerlo ni beberlo te verás metido en el ojo de su huracán. Ese huracán que sorpresivamente aparece en el centro de tu pacífico paraíso tropical. Aunque estés en tu tranquilo refugio anti tempestades.

Hacen lo que les da la gana. Lo que les da la gana aunque sepan que no es bueno para ellas. Lo que les da la gana aunque te hayan dicho que no lo van a hacer. Esas que no entendiste, entiendes ni entenderás jamás. Ni en cien vidas que vivas con ella.




Dejé de entenderte el día que te conocí.

Siempre huyendo. Huyendo de algo que nadie sabe, que a nadie le ha dicho. que huye según aparece el fin de semana. Las que culpan al entorno de sus males. Las que necesitan cambiar de aires, pero vuelven. Vuelven porque se dan cuenta de que solo huían de si  mismas. Y no se puede huir de uno mismo. Las que necesitan crecer como persona y por el camino destruyen todo lo que encuentran.

Las que con 13 años empezaron a fumar, que con 15 escuchaban a Kase O y Nirvana antes de ir a But y hacerse piercings. Esas que con 19 leían a Bukowski porque querían y creían en la vida bohemia y, que con 20 se les fue tan de las manos que se pasaron 3 días como un búho.

Te preguntan la una por la otra, entre todas se ponen a parir. Porque no se aguantan, se odian entre ellas. No quieren compartir el mismo fuego. No hay sitio para todas en el lejano oeste. Las que viven como Connor Mcleod, solo puede quedar una.




Esas que les arde el alma cuando saben que estás de bares y no las escribes. Esas a las que lo que realmente les jode es que nunca las hayas escrito en tus noches de bohemia, porque tu primitiva, instintiva y subdesarrollada mente de simio siempre ha sabido que en el fondo no iba a ser bueno para ti, pero claro, para que afloren los instintos es necesario nublar y anular la mente racional. Y yo solo conozco una manera...

Que no. Que está perfectamente bien. Que está más cabal que nunca. Que es su mejor momento. La ternura de la que, agotada, ha bajado los brazos y el encanto de quien, después de un batacazo tremendo, se ha ido pegando los trozos a ciegas.



Las locas tranquilas. Eso es miedo.

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