martes, 21 de enero de 2014

Perder es más que dudar

Imagina poseer el don de la clarividencia. Conocer de antemano qué va a ocurrir. Qué movimiento será el más efectivo para conseguir domar a esa yegua salvaje.


Imagina conocer las preguntas del examen antes de suspenderlo. Imagina saber cuándo te traicionarán y te clavarán ese puñal en la espalda. Imagina ser consciente de que esas palabras no van a surtir el efecto deseado.

Imagina conocer el momento exacto de tu muerte. Cuándo, cómo, dónde, con quién, por qué. Plantéalo por un solo instante. Ese instante en el que la duda de si acelerar más aún, o frenar en seco estrangula el corazón. Ese instante en el que el instinto guía.

Ponte en situación: Un nuevo libro aparece ante ti, pongamos por ejemplo uno de mis libros favoritos, Las aventuras de Huckleberry Finn.

Te apoderas de ese libro. Lo agarras más fuerte de lo que nunca has agarrado nada. La llegada al lugar de lectura ideal se hace eterna. La espera tediosa. El ansia por conocer el final del libro se hace dura. Prácticamente insoportable. Se hace necesario conocer el desenlace de la historia. Desenlace que estaría en tu conocimiento si poseyeras el talento de la clarividencia...



Haces como yo. Las cosas del revés. Empiezas por la última página. El final no complace. Es lo normal. Es un final. A nadie le gustan los finales. No me gustan los finales. Ni los bonitos, ni los feos, ni los alegres, ni los tristes. Son finales. No gustan.

Imagina estar preparado para cuando ella llegue. Imagina estar alerta. No temblar al hablar. No temblar... Cesar el imperio de los nervios e imperar sobre ellos...imagínalo...

En ese momento, abandonar ese libro sería uno de los mayores errores jamás cometidos. El final no agrada, y abandonas. No sabes si lo que se encuentra entre las tapas y el final agradará.

Cambiemos de escenario por un momento. Volvamos al pasado. Vamos a ese día de copas. Ese día de copas en el que bebiste hasta que la psicomotricidad se hizo imposible. Ese día de copas en el que a base de mayéutica aprendiste más de ti mismo de lo que nadie te enseñará jamás. 


Acorralados sobre aquella barra, sin más salida que pedir que rellenaran el vaso. Una vez y otra. Esa conversación que nunca más repetirás con nadie. Esa conversación que te enseñó que estás hecho de otra pasta. Y que ella no merecía más. Aquella noche en la que te negaste a ver la evidencia.

Esa noche en la que todo el mundo sabía que al día siguiente los dolores serían terribles y los sudores serían fríos. Fríos como su corazón. Ese hand to hand que sabías que no acabaría placenteramente, que sabías que no te haría ningún bien. Que sabías que te iba a hacer daño.



Señores, señoras, los hand to hand son necesarios. Se llamen como se llamen. Son necesarios como la luz del invierno, la brisa de la primavera, el cigarro de después de entrenar o la siesta de antes de comer. No hay que temer a los hand to hand.

Pues con las locas, con las chicas, con ellas, pasa lo mismo. Exactamente lo mismo que con ese libro que has empezado a leer al revés. La última página rara vez será plato de buen gusto. Una entre un millón. Y abandonar será tu mayor yerro.

Olía a problemas desde que cruzó aquella puerta. Problemas. Mi perfume favorito.

Seguro que sabes de qué hablo. Ese empuje irrefrenable en dirección al hundimiento. Como los libros. Conoces perfectamente el final de la historia. Pero no vas a hacer nada por impedir ese final. No se puede cambiar ese final. Has visto el futuro. Lo has visto de una forma clara. Una claridad meridiana. No solo no se puede cambiar ese futuro. Es que además lo vas a alimentar y propiciar. Hasta que duela y, luego, quizá un poco más.

Porque nadie como tú sabe lo que se siente al meterte en esos jardines. Un marine destinado en Somalia. Volverá loco o muerto, pero sin miedo. Los estallidos te nublarán la vista, los guerrilleros te asediarán, la comida será escasa. Pero eres un marine. Haces lo que tienes que hacer. Pacificar una tierra que no te necesita. Acudir a una muerte que no te espera. Responder una llamada que no era para ti.

Porque los marines somos así. Y nos gusta la sordera que provoca el caer de las bombas, el ronroneo de las balas apasiona. Dormir poco y mal es lo que te pide el cuerpo. Archivaron mi caso hace tiempo.

Cuando sabes que saldrás malparado, que ella se cruzaría pero te empeñabas en engañarte y decirte que no te iba a atropellar. Y aún así, da igual. Adelante. A tumba abierta. Por que si. El miedo es para los débiles, y eso de pensar las cosas y evitar los problemas nunca ha ido contigo.

Porque así soy. Terco como una mula y el doble de necio. Y a pesar de todo, aunque una pequeña parte de ese enfermo y corroído cerebro que anida en un rincón del alma, en donde guardo la pena, se empeña en hacer sonar los tambores de la guerra -un vano intento de alertarte de lo que se avecina- tú solo escuchas los compases de la canción que pones cada mañana antes de salir de casa.



Porque soy así. No eres el primero, ni el único y muchísimo menos el último. Porque los errores son como los calzones, cada uno tiene los suyos. Porque las copas saben mucho mejor cuando las bebes con odio y furia. Porque nos va la marcha. Porque ya sabes lo que siente al escribirla con dos copas de más y ella con dos de menos. Y además te gusta.

Porque ese paseo por la playa fue fantástico. Aunque acabara en las rocas. Aunque te estrellaras en las rocas. Aunque el acantilado tuviera más altura de la que estás dispuesto a obviar. Porque el barranquismo tiene su punto.

Porque hemos venido a jugar.



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