sábado, 22 de junio de 2013

Los intocables

6 hombres y un destino. Los 6 jinetes del apocalipsis.

Sonaba Riders on the storm a nuestro paso. No temíamos nada. Jóvenes, ebrios y sin dinero. Solo un objetivo. Beber más.

Botella, botella, botella botella, botella, botella. PUM. Tomoco. Y tan ricamente. Ese era el plan desde el primer momento.

Éramos el bueno, el feo, el malo, el sida, el malísimo y el feísimo. 



Y efectivamente, fuimos al bar más pequeño, turbio, borroso y oscuro de la ciudad. Y como no llegamos jodidamente ciegos, pues intentamos pasar más allá de la última frontera. Dos valientes se atrevieron a conseguir lo imposible, dos valientes intentaron ir más allá de la caja. Dos valientes no se atrevieron a ir al enorme abismo allende la frontera.

Como somos chicos empezamos a hablar de cosas de chicos. Mujeres, dinero, fútbol, beber, mujeres, beber, mujeres. Se planteó la oferta hipotética. ¿Cambiarías tu intelecto por tener todo el dinero de Sergio Ramos + su intelecto? NUNCA. Jamás. Ni por todo el dinero del mundo.

Mi intelecto es lo único genuinamente de mi propiedad. Mío. Criado por mi. Y por eso me permito el lujo de malgastarlo, pudrirlo con copas, darle los golpes que me salga de donde me salga.

Si envías a uno de los nuestros al hospital enviaremos a uno de los vuestros al purgatorio.

Pues allí nos dirigimos, a nuestro guariche favorito, a beber un poco más, que teníamos sed. La camarera no era la tetuda, no era ligera de cascos, no nos daba bola. Pero nos daba igual, el deber es el deber. Tocaba tirarle fichas, discóbolos, nuestra misión era alegrarle la noche, que se sintiera deseada.

PALOMAAAAAAAAAA, ven, que te llamas Paloma, que lo sé yo.

Realmente la misión era otra bien distinta. La misión era poner en práctica la artimaña enseñada por Predator. Y a ello fuimos. Los feos distraíamos a Paloma, los guapos metían la zarpa en la barra y robaban botellas. Y así nos sacamos 3 botellas.

Solo recuerdo la de vodka que no sabía  vodka y si a caramelo. Estaba rica. Creo.



También cuenta la leyenda que una vez más caímos en la trampa. En la mayor trampa de todos los tiempos. Hashimuri. Una vez más. Esa perra es una amante exigente y celosa. Nos llamó y acudimos a la llamada. Siempre fieles.

Lo mejor de todo es que lo cuenta todo la leyenda, mi mente se niega a recordar a ciencia cierta lo ocurrido anoche. Pero el jachimuchi cuadra, me he levantado con la barba llena de azúcar cuajado.

Teníamos las manos largas, el alma en llamas, los puños de acero y la cartera vacía. Y queríamos seguir bebiendo y bebiendo. Había una alfombrilla de burn. Pues hala, pa nosotros.

No hay fotos, ni una sola foto y, menos mal. Pero eso sí, notas de voz de mamao unas cuantas. El objetivo se cumplió. Ni un mensaje en la lengua secreta. Bebí hasta olvidar que tenía móvil. Y tan ricamente. Ningún problema.

Al salir de aquel inmundo bar nos encontramos con unos niñatos. Tenía pinta de que les acababan de dar las notas de selectividad. Se creían más hombres que nosotros, más bebedores que nosotros y más retrasados que nosotros. Nada de nada. 

No sé como, pero tengo los nudillos un poco inflamados, y chichón en la sien, hombro izquierdo dolorido, bastante de hecho, un morao en el costillar y ni un duro en la cartera.

Pero no todo es felicidad alegría y colores bonitos. El bien de anoche se ha tornado mal matutino. Normalmente tengo mil pensamientos por segundo. Bien, normalmente tengo mil historias en la cabeza y así estoy. Hoy son solo unos 800 por segundo. Con cada uno de esos pensamientos, un dolor profundo, penetrante, infernal y que no le desearías ni a tu peor enemigo, se apodera de mí. El peor dolor de todos. El dolor que solo se cura con cerveza. Meninges funcionando a pleno rendimiento, meninges doliendo a pleno rendimiento.



Lo que más me preocupa es no tener ni un solo recuerdo de haber ido al Hashimuri. Absolutamente ni un recuerdo del asunto. Nada. Ni si quiera las camareras recauchutadas con sus tetorras operadas. Cero. Absolutamente nada.

Y mira que me gusta ese sitio eh, tiene un toque de sordidez que mola, ponen temazos, o eso creo, y tienen ese veneno hiperazucarado.

Otra de las maravillas del bar de la infamia que tanto nos gusta, amén de sus camareras ligeras de cascos y sus buenísimos precios en copas, es que misteriosamente no ponen música. Mira que he ido veces. Pues no sé decirte que música ponen. Ni una sola canción. Mágico, increíble.

Para rematar, según cuentan, me subí a un autobús, a saber cual, y a mitad de camino decidí que era el momento de bajarse y seguir mi camino andandito. Y así fue. Andandito y tan tranquilament o eso creo. Llegué escocido. Muy William Wallace. Muy rico, hoy ha tocado talco.

Pero los autobuses antiguos eran mucho más bonitos. El botón de la parada era totalmente mecánico, nada de electrónica, por supuesto, nada de aire acondicionado, ni piso bajo, ni suspensión nigghidráulica ni nada de nada.


Tiene pinta de que esta veisalgia se pasa con cerveza, así que toca ir mentalizandose al respecto, habrá que salir un rato. 

Pero con mesura.

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