viernes, 14 de junio de 2013

La justa imposición de retribución

Todo el mundo tiene su piedra particular. Su piedra con la que tropieza a la mínima. Su piedra con la que jura jamás volver a tropezar y, que cada vez que vuelve a hacerlo jura que será la última.

Nuestra némesis, eso que siempre nos gana, nos humilla y nos recuerda la fragilidad propia y que no somos efemérides. Ese envío del demonio para hacernos perder la cordura y las formas en cuando es olido por nuestras narices.



Me pone tanto su inteligencia que quiero ver su cerebro desnudo.

Tal y como va la cosa pinta que esto va a terminar hablando de alguna gachí, me acabaré poniendo moñas, me llamaréis marica, os mandaré a pastar y así sucedaneamente. EFECTIVAMENTE Y NO. Está freshquíssshimo.

Mi piedra tiene nombre de mujer oriental. Mi némesis se llama Hashimuri. Siempre igual, cada día la misma historia, siempre el mismo ritual, misma cara de niño con su primer cocktail de mayores, mismo placer con al engullirlo. Misma resaca. 

No vuelvo a beber Hashimuri nunca más en mi vida. Es la última vez. No vuelvo, lo juro.
Yo cada mañana posterior al jachimuchi.

No sé si será el buen posicionamiento del local, las camareras machuchas recauchutadas que miran con lascivia, el dueño arrugado con sus manos desteñidas. Cada vez que paso medianamente cerca, me lío, mi voz interior de la cordura decide que quiere viajar y Mr Hyde empieza a llamar desde las puertas del infierno

Es como el veneno de mujer, a pesar de odiarlo con todas mis fuerzas es imposible rechazarlo cuando te lo ofrecen. Esa mierda lleva veneno puro, veneno puro con extra de azúcar, para que entre bien y tus vísceras no se retuerzan en tu interior a cada sorbo. 

Tanto azúcar siempre acaba sobre tu mentón, pero no caes en la cuenta de ello hasta que al día siguiente te duelen hasta las pestañas y notas el crujido del azúcar cuajado en torno a tu boca. Ese veneno...

Que lloraran mi muerte todas las cariátides de la ciudad.
Ramón Gómez de la Serna

Telemón y las cariátides, condenados a cargar sobre sí con su conciencia y sus errores por toda la eternidad. Cientos de columnas en la ciudad nos lo recuerdan día a día. Sus pecados fueron terribles, y los castigos en proporción, así es como debe ser. Efectivamente, nosotros igual. Toda la vida cargaremos con nuestro amor a los jachimuchis, a salir de noche, a beber hasta caer, nuestro amor a las resacas y a las malas mujeres.

Tampoco nos confundamos, ni de lejos ese veneno es mi único lastre. La lista se hace bastante bastante larga y como no, hay alguna que otra bitchi que ha sido piedra y alguna que es pedrusco.

Y claro, siempre dices que no, que no volverá a ocurrir, que ya vale, que dos tropiezo son más que suficientes y que ya te ha cansado de dolerte. Mentira. Las dos primera hostias son cuasi accidentales pero las 15456 siguientes son por puro vicio. Y claro, cuando ya vas pasao de cerveza, ¿a quién carajo vas a intentar engañar diciendo que no vas a volver a repetir ni a recaer en lo mismos errores?

Es como convencerte de lo bueno que va a ser no mandar ese guasap a horas impropias y en la lengua secreta. Es como convencerte de que la persona que te ha engañado prácticamente en tu cara y sin que lo quisieras ver, no va a volver a hacerlo. Es como convencerte de que el mejor remedio para no tener resaca es no beber. ESO ES MENTIRA. TODO MENTIRA.


Cuanto más tiempo escuchas más dulce te parece el tono

Desde luego que el mejor método para no tener resaca es comer fuerte, con una cerveza y luego echar la siesta. Y si con eso no te curas es que estás fokin jodido.

El black&white. Aún lo recuerdo, lo cual es bastante extraño, aquella noche habíamos bebido como titanes. Sabíamos que no teníamos que entrar a ese guariche, que no sería buena idea, que nos arrepentiríamos. Efectivamente, en el momento que escuchamos que las chicas pagaban 8€ y chicos gratis decidimos que teníamos que entrar. Y para rematar, los enormes travoltas que por allí moraban querían pellizcarnos nuestro dulce cu y quizá algo peor que simples pellizcos. Fue la copa más rápida de todos los tiempos. Pum, cae de trago.

No contentos con ir bastante guapos a base de cerveza mejinaca y Skol decidimos que queríamos más acción, mucha más, quizá hasta ver un buen par de tetas, era un día especial, íbamos vestidos para la ocasión. Nos veíamos fuertes y con Varon Dandy.

Pues allí que fuimos, al bar más pequeño, oscuro, borroso, sin música y con la camareras más cachondas de todo Madrid. El Cardenal. Teníamos sed, éramos jóvenes, teníamos dinero y buen saque. Estaba cerrado. Mala suerte. No obstante decidimos que lo más inteligente era aporrear el cierre gritando todas las contraseñas que nos venían a la mente y acabando con un muy serio abrid ya, basta con la bromita, no hace gracia. Claramente no funcionó.

Y así fue como tuvimos que recurrir al viejo truco del hashimuri.

Judiones una cerveza y siesta. No tengo miedo de nada, ni del calor, ni de comer con cuchara en junio ni de crear mi Fukushima particular.

La tarde mejoraría increíblemente si me llegasen un par de fototetas al guasap, un par de buenas fototetas, así soy yo. Tetista hasta la muerte. Y al final de eso se trata la vida...


¿Quien podría decirle que no a cualquier proposición de una cara bonita?

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